Normalmente no suelo leer cuando voy en un vehículo en marcha, no por falta de ganas o porque me guste disfrutar del paisaje citadino, sino porque me mareo muy fácilmente. En fin, a lo que vinimos. Esto que narro a continuación, le sucedió a un amigo que por razones de seguridad llamaremos "Mi amigo".
Mi amigo andaba por la ciudad una tarde de verano, cuando decidió pasarse a comprar algunas revistas y un libro. Luego de eso subió al bus, ocupando dos asientos (uno para él y otro para las revistas). Entonces, tomó el libro en sus manos y sus dedos empezaron a viajar por la geografía de sus páginas, sintió el aroma a nuevo inundando sus sentidos y sus ojos se deleitaron de tal manera que el tiempo se detuvo. Le era imposible prestar atención a algo que no fuese la historia que le estaba siendo revelada.
Al levantar la vista, sólo porque el instinto le hizo sentir "una extraña presencia", se topó con la mirada escudriñadora del recolector, quien le informó que esa era la última parada del día.
Mi amigo parpadeaba incrédulo y de sus ojos empezaron a brotar algunas lágrimas. No por encontrarse en un lugar completamente desconocido, sino porque el no parpadear durante tanto tiempo le estaba pasando una factura casi tan cara, como el olvidar bajarse del bus unas 20 cuadras antes.
Esta historia, ¿les resulta familiar?